Autocuidado
El autocuidado es incómodo. Es sentir culpa cuando debes decir que no, es sentir ansiedad por afrontar lo que debes afrontar y es sostener el miedo al tomar la decisión que debes tomar. El autocuidado es un viaje tortuoso que va más allá de las prácticas convencionales de bienestar.
A menudo se nos presenta como un camino de rosas con sus cremas, masajes y baños relajantes, pero la realidad es que el autocuidado también puede ser molesto. Requiere enfrentar verdades difíciles y tomar acciones que desafían la comodidad emocional, porque acabar con el dolor implica tomar decisiones dolorosas. Ojalá no fuera así, pero salir del malestar genera malestar. Esto es cuidarse a una misma y esto escuece.
Decir que no es una de las habilidades más difíciles de dominar en el arte de cuidarse. Puede generar sentimientos de culpa, una culpa totalmente disfuncional, esa que aparece cuando nos sentimos mal por querernos bien. Cuidar de uno mismo es convivir con el miedo al rechazo. Necesario hacer de ese miedo un compañero con el que llevarse bien si queremos cultivar relaciones saludables y equilibradas.
Autocuidado es evaluar opciones y asumir la responsabilidad de decidir. Es el compromiso con nuestras decisiones. Es convivir con la ansiedad y con las dudas. Es saber que estas siempre volverán, pero seremos capaces de no darles el poder porque aprenderemos a no tomárnoslas tan en serio.
Vivir en la incomodidad del autocuidado nos convierte en personas con más determinación y compasión hacia nosotras mismas y hacia los demás. Aprender a coger las riendas de nuestra vida nos aleja de un mundo en el que la autocomplacencia y la evitación de la incomodidad tientan en cada esquina. El autocuidado mira de frente el malestar porque entiende que el bienestar no es perseguir el alivio inmediato y fugaz. El autocuidado puede generar malestar inmediato, pero asegura un futuro más saludable y próspero.