Como pollo sin cabeza
Que levante la mano quien no tiene la sensación de ir como pollo sin cabeza. Se dice que el pollo sin cabeza es ese ser que va corriendo de manera frenética sin saber del todo a dónde va, por qué ni para qué. No me negaréis que vamos un poco así, que el mundo está un poco así: decapitado.
No esperes en este texto ninguna solución al tema. No tengo ni idea de tu vida, de lo que haces, quieres o puedes, así que me libre el universo entero de que hayas llegado hasta aquí para escuchar consejos de vida. Porque una de las razones que nos hacen ir como pollos sin cabeza es vivir rodeados de leccionesparatodoloquetepuedapasar; así, sin respirar, como solución mágica y universal a lo que pasa en tus días. Y sí, la teoría la sabemos todos, pero levanto la mano para confesar que, al igual que tú, yo también me pierdo.
Es difícil mantener la cabeza en su sitio porque hemos normalizado que a este mundo hemos venido a darlo todo. Pues mira, si lo vas a dar todo, vas a buscar la manera de poder con todo. Hay personas que salen cada día a dar la mejor versión y yo lo que veo es el estrés y la ansiedad que llevan a cuestas. ¿Tu mejor versión es la que convive con el estrés? ¿Estás seguro que a esa versión le darías categoría de ‘la mejor’? No puedes con todo si eso te estresa.
El caso es que vas de cul. No te da la vida. Te arrastras. Coges aire como puedes. Corres. Vas perdiendo el Norte si crees que no tienes techo ni límites. No puedes con todo si estás convencido de que los límites simplemente los marca tu actitud. Actitud ¿para qué? ¿por qué?
Y, ¡ojo! que el pollo tiene la solución: meter en la agenda la actividad de descansar. Pausar al pollo para que siga pudiendo con todo. El pollo pausado no ve que esa pausa es actividad, actividad que pone en la agenda al lado de la reunión más importante de la semana, la entrega del informe, la boda del amigo o el pediatra de la niña. No se da cuenta de que ese descansar es producir. Versiones sutiles y adornadas, soluciones que te pone el mismo pollo que te vende que si no lo das todo eres mediocre. ¿Para qué paras? Para poder con todo. Dime que no.
Muy cerquita de la pausa habita el pecado de la procrastinación. El pollo no se da cuenta de que demonizar la procrastinación es adorar la productividad. Necesitas apuntar en tu agenda la actividad para pausar del párrafo anterior, ser productivo en tus descansos, parar activamente, pero eres el mismísimo demonio si postergas tus tareas por perder una tarde tirada en el sofá. ¿Se da cuenta ese pollo de que nadie habla de procrastinar la vida personal? El tiempo que no tienes para el amigo, para el amor, para construir algo de lo que te acordarás al final de tus días. Porque nadie, al final de sus días, se arrepiente de no haber pasado más tiempo en la oficina.
Mucho se habla del pecado de procrastinar. Poco, de las muchas facetas que está procrastinando quien nos alerta de los peligros de hacerlo. Ahora no es el momento, quizá más adelante. Hoy no puedo. No tengo tiempo. No me da la vida. Procrastinas una parte importante de tu vida mientras te centras en no caer en la tentación de no sentirte productivo. Quien te habla de procrastinar lo hace desde el imperativo de la productividad. Desconectar para conectar. Conectar para desconectar. Reconectando contigo para volverte a conectar con el mundo. Te suena, ¿verdad? Dejadnos en paz. Dejémonos en paz. Déjate en paz.
No puedes con todo cuando tienes que darlo todo como madre, padre, hijo, amiga, pareja, jefa, empleado, presidente de la comunidad o vecina del 5º. Comer sano, hacer deporte, flores frescas, cajones ordenados, disfraz curradísimo del niño e imagen perfecta en Instagram con tu amorcito el 14 de febrero. No puedes con todo cuando tardas lo que tardas en responder los mensajes. Cuando dices que contestas a tu ritmo. Cuando presumes de no tener tiempo. Cuando te mueves, te muestras, te expones. Cuando sales en redes haciendo inventario de tu profesión, de si vas, vienes, subes o bajas. ¿Dónde va el pollo cuando cree que a alguien le importa eso? Solo le importa al pollo, a su necesidad de mostrarlo.
No puedes con todo cuando necesitas apuntarte a alguna actividad que te ayude a seguir pudiendo con todo. Cuando te falta energía, te duele la vida, pero sigues creyendo que estás feliz porque desconectas para conectar. Y desde esta supuesta desconexión, cuelgas la foto para mostrarle al mundo que has aprendido la lección.
Tú harás lo que quieras. Yo soy de aprender a renunciar, a decir que no, a no llegar, a decidir que mi 10 es un 7. Y tan contenta. A seguir convencida de que a nadie le interesa mi vida o que es a mí a la que no le interesa que le interese a nadie. Saber que no hace falta saber de todo ni tener opinión de todo; que quedará mucho por leer, por escribir, por escuchar porque vivimos rodeados de infinitas posibilidades. Ser capaz de dejar cosas a medias porque sí, sin necesidad de darme ninguna justificación. Porque porque sí, en muchas ocasiones, ya es una explicación. Se puede dejar de hacer algo porque nos sobrepasa, nos supera, porque no nos da la gana ese desgaste emocional. ¿Soy menos por renunciar a ello? ¿Eres peor persona por eso? Piénsalo bien: ¿eres inferior por renunciar a aquello que te quita vida y salud física o mental?
Te castigarás con la culpa por ello. Ya se encargará el mundo, con sus mensajes y sus pollos, de recordártelo. Puedes hacerle un huequecito a esa culpa, mirar con perspectiva a esos pollos sin cabeza y seguir con la decisión de salir de este mundo descabezado, que nos identifica solo con aquello que somos capaces de hacer y producir. También en el descanso.
Y tú, ¿cuánta vida procrastinas por tener que poder con todo?