Marie Kondo, esa profesional del orden que ahora entiende que la vida es aprender a manejarse en el caos y nos va a vender su nuevo libro sobre este maravilloso descubrimiento, afirmaba como gurú de un supuesto feliz desapego que hay que desprenderse de todo lo que no nos hace felices. Argumentaba que las cosas son solo eso: cosas y que hay que conservar solo los objetos que nos hicieron felices. El valor de las cosas, según ella, es el valor de la felicidad.
Es cierto que hemos llegado hasta aquí con la tradición de acumular y se hace necesario aprender la lección de tirar, pero pongo en duda que el filtro para desprendernos solo deba responder a la pregunta de si ese objeto nos traslada a la felicidad o no. Quizá ande equivocada, pero si el filtro en la vida es unir valor a felicidad es más que probable que nos quedemos cojos. Porque en el valor de lo objetos, como en el de la vida, no solo está en la felicidad. Esos recuerdos que abrazan los objetos y que siguen hilado nuestra historia también están hechos de lo que fuimos en la tristeza, la decepción, la pena, la frustración, la rabia o el enfado. Ser una adulta madura es saber integrar eso, darle un espacio, porque lo que te conmueve desde la tristeza también tiene valor.
Hay objetos que te hablan de tu evolución, de tus fracasos, de tus éxitos, de tu identidad…hay objetos que hablan de ti. Buscar la alegría es casi un deber mientras duren aquí nuestros días, pero entraña cierto peligro confundir la alegría con lo único valioso porque no es lo más importante, porque lo importante es amar la vida y la vida no es solo alegría.
La vida, con sus objetos y recuerdos, también está hecha de esos momentos en los que se le antojó sentarte en el banquillo a observar cómo otros jugaban e incluso ganaban. La vida, con tus recuerdos y objetos, también es darte cuenta de lo que hiciste para volver a salir al campo a jugar mientras llorabas de pena y rabia en ese banquillo de la vida.
Las cosas no son solo cosas, porque pueden estar llenas de valor. Darles valor ayuda a valorar nuestros días. Quien mira las cosas solo como cosas o no ha aprendido o le tiene un miedo profundo a mirar de cara las partes menos felices de su vida.
A dar valor a las cosas se aprende cuando miras un objeto y recuerdas una ilusión, una mirada, una canción, un olor, una lágrima, una conversación, una esperanza recuperada. Se aprende cuando eres capaz de regresar a todo lo que pasó después y observarlo desde el hoy. Las cosas son lo que queremos que sean. Las cosas son solo cosas si no sabemos contarnos nuestra historia.
Unos días antes de que la gurú de lo material dimitiera escuché un directo de una discípula suya, ordenadora profesional, que comentaba lo imposible que le resultaba que su padre tirara cosas. Creo que no me equivoco si afirmo que la mayoría tenemos padres y madres que acumulan y no saben tirar. Esta discípula de la Kondo contaba que le decía a su padre que si no lo tiraba ahora no importaba porque cuando él ya no estuviera lo tiraría todo. Me dio pena. No por las cosas que seguramente tendrá que tirar sino por la puñalada que debió sentir ese hombre al escuchar eso. Yo también la sentí.
Hay cosas que son cosas hasta que tú decides que sean algo más. Las cosas son lo que sus dueños quieren que sean. Y eso es la capacidad del relato de cada uno para transformar algo insignificante en un objeto de valor.
Podemos llevar al contendor nuestras historias no felices. Podemos decidir guardar solo las historias felices, esas que según la Kondo no van al contenedor. ¿Nuestra vida es solo el final feliz? ¿Solo es válida la felicidad? ¿No tiene valor una historia triste? ¿Cuánto miedo hay no reconociendo el valor de todo aquello que no es felicidad? Miedo al dolor. Miedo a la identidad, a lo que fui, soy y seré. Miedo a la vida.
Los momentos complicados de la vida también se aprenden a navegar dando valor a nuestros días. Y dar valor a las cosas que hay en esos días siempre ayuda a ello.
Eres maravillosa. ♥️