Una de las cosas que más me gustan es perderme por una ciudad que no conozco. Vagar, llegar a una esquina y, sin saber muy bien por qué, encontrar algo ahí que me indique el camino a seguir. Sin profundizar demasiado. Llegar, parar, atender y encontrar algo en ese lugar que sugiera hacia donde ir. No siempre será lo mismo. Puede ser el paisaje, el tránsito de personas, el sol, los edificios, los colores, los olores…Sin detenerme demasiado. Son pocos los minutos que transcurren hasta que me parece buena idea el rumbo elegido. Sigo. Avanzo sin ningún juicio interno. Si en algún momento me doy cuenta de que ese camino no me gusta, doy media vuelta. Cero dramas. Cero juicios. Cero reproches. Amplifico los sentidos, miro, oigo, huelo…descubro. Se activa un radar en el andar perdido. Sin rumbo hay radar. Sin rumbo aparece la brújula. Deambulo. Y atiendo.
Estaba yo estos días dándole vueltas a la ansiedad que también genera el hecho de que cada acto de nuestra vida deba tener una intencionalidad cuando vino a mi memoria la frase de J.R.R. Tolkien en El Hobbit: No todos los que vagan están perdidos.
Deambular, bonito verbo. Andar, caminar sin dirección determinada. Pecado hoy en día es no saber qué sentido tiene tu vida. Pecado es que cada uno de tus actos no tenga un propósito, una intencionalidad dirigida a aquello que ya sabes que es tu misión en este mundo.
Es igual de importante tener una idea de qué es lo queremos como lo es saber que, para conseguir descifrarlo, es necesario deambular sin miedo a la sensación de andar perdido. Activar la brújula que sale en esos momentos en los que no queda más remedio que atender porque sentirse perdido no siempre es estarlo.
Atendemos más en esa situación de vagar que en cualquier otra con el rumbo conocido. ¿Acaso atendemos en el trayecto de un camino que hacemos habitualmente? ¿Nos fijamos en lo que se cruza a nuestro paso? ¿Con qué mirada miramos aquello que conocemos?
Necesitamos espacios, lugares y momentos de exploración. Necesitamos buscar sin saber qué buscamos. Necesitamos dar oportunidad a que surjan cosas. En la planificación no surge la oportunidad. Las cosas surgen cuando le damos la oportunidad. La oportunidad necesita espacio para moverse. Perderse es darse la oportunidad de que surja.
Perderse no significa dejarlo todo e ir a la deriva. Aquí nadie deja nada, no existe motivo para ello. Perderse es tener momentos del día sin planificar, momentos que nos expongan a lo imprevisto. No agotar la capacidad de sorprendernos. Hacerle hueco a esa capacidad.
No todos los que vagan están perdidos. No está mal del todo, de vez en cuando, andar medio perdido. Son esas las situaciones que ayudan a saber lo que se anda buscando. No es fácil hacerlo. En esta sociedad con tanto mensaje y presión sobre lo importante de la intencionalidad de cada una de nuestras acciones saber perderse quizá sea el verdadero reto.
cero dudas; y lo más memorable es cuando te das cuenta de que no te importa un comino «el qué dirán».
Que el siguiente paso no lo decida ni el anterior, lo decide el que estás dando en este mismo instante; ahí es/toy.
Más feliz que una perdiz.
Feliz semana profe/ta.
☺️😘
Deambulando, me he encontrado tantas veces! Gracias, siempre, Maria Jesús, por este ratito dominical tan gratificante, refrescante y amoroso💖💝❤