Es verdad que en esta vida hay que aprender a decir que no, pero también es importante no tener miedo a decir que sí. Porque puede haber mucha vida detrás de un sí. Un sí al amor, a salir del camino marcado, a afrontar un conflicto. Puede haber mucha vida tras un sí a un cambio de planes, a improvisar, a romper en mil pedazos esa hoja de ruta que un día diseñamos y que llevamos cumpliendo a rajatabla los últimos años porque ‘yo siempre lo he hecho así’ pero que no contempla lo anestesiadas que vivimos creyendo que la vida ‘es así’.
Aprender a decir que sí a una palabra llena de cariño y también a esa conversación incómoda porque de conversaciones incómodas están hechas las relaciones sanas. Decir que sí te da la posibilidad de ser puntual con la vida. Porque la vida, a veces, no espera. Decir que sí es aprender que el camino hacia el bienestar no es un camino feliz porque para querer estar bien hay que decirle que sí al malestar inicial. Nadie consigue mejorar su vida si no acepta que la decisión de estar bien implica tomar decisiones que de entrada le harán sentir mal.
Decir que sí a las decisiones, a poner fecha a esa decisión que lleva años esperando que llegue el día ideal, sabiendo, como ya sabemos, que no habrá día más ideal que ese que decidamos que sea el día ideal. Entender que la vida también se abre cuando se transforman en un sí las cosas que antes eran no. Comprender que el sí te conduce a esa incoherencia que supone la evolución, porque sin incoherencia no hay crecimiento. Ser fiel a una misma es no cambiar. La evolución implica infidelidad a lo que pensaba, creía, hacía. Y era. Todo eso espera escondido y emocionado detrás de un sí.
Cuántas veces el orgullo lleva a decir que no cuando quieres decir que sí. También el miedo. Porque mucho se habla del miedo a decir que no, pero poco del que habita en la incapacidad de decir que sí. ¿Cuánto miedo hay tras un sí a decir un te quiero?
Aprender a reconocer que sí me importa, me afecta y me duele todo aquello que realmente me importa, me afecta y me duele. Dejar de hacer como que no me perjudica lo que sí me perjudica. Sin orgullo. Sin miedo a decirme que sí. Decir que sí a la huida de todo aquello que me hace daño. Ser capaz de decir con la cabeza bien alta: sí, huyo. Del daño. No evito, me alejo de lo que me duele, de los que me duelen. Mirar de frente al miedo a reconocer que huimos. Y ser capaz de huir con la cabeza bien alta por tener los pies bien puestos en el suelo.
Es difícil decir que no, pero también lo es decir que sí. Es difícil pero imprescindible para seguir abriendo puertas, esas que atravesaremos cuando le digamos que sí a la vida. Porque no es que cuando se cierre una puerta se abra una ventana, es que esa ventana siempre estuvo, pero no la veíamos por tener solo ojos para que la puerta no se cerrara.
Y tú, ¿cuántas cosas te estás perdiendo por miedo a decir que sí?
" de conversaciones incómodas están hechas las relaciones sanas" y otras perlas que me voy a repetir como un mantra... Gracias siempre MJ