¿Qué te gusta comer?, le pregunté hace años, con escaso interés hacia su alimentación, a una paciente. No lo sé, me contestó, no lo sé porque te responderé que me gusta lo que debo comer. Ahí estaba el interés y objetivo de mi pregunta. ¿Dónde había ido a parar esa persona? Probablemente, muy lejos de sí misma. A tanta distancia como había ido marcando el tortuoso camino en el que nos metemos cuando nos fusionamos con lo correcto, lo deseable, lo ideal, lo que esperan los demás y lo que esperamos de nosotros mismos.
Buscar la excelencia y vivir rodeadas del manual sobre cada tema tiene esta consecuencia. Si yo aspiro a hacerlo todo bien voy a intentar hacerlo todo bien. Pero las personas no lo hacemos todo siempre bien porque, entre otras cosas, no hay ninguna necesidad de hacerlo. Lo correcto no es siempre lo mejor. Lo mejor no siempre es lo correcto. Tampoco, y mucho menos, para la salud mental.
¿Dónde se fue la espontaneidad? Chi lo sa? La hemos perdido. No asoma por ningún lado. Tampoco se la espera. Dicen que la espontaneidad es la capacidad humana de actuar de manera impensada, pasional o instintiva, esto es, sin planificación o sin que medie demasiado la razón. Las acciones espontáneas son aquellas que se llevan a cabo sin pensarlo mucho, sin premeditación, son las que surgen en el momento.
Es esa habilidad que me hace ser sincera y natural en mi forma de actuar y de pensar. No es ser ingeniosa, ni diferente, ni original. No es ser correcta o incorrecta. Ni estar acertada o equivocada. No hay juicio. Es vivir sin el filtro de esa autorregulación en la que, en aras de ser nuestra mejor versión, nos hemos instalado a vivir. Porque nuestra mejor versión, esa trabajada, pensada y calculada, hace años que se divorció de la espontaneidad.
Llamar a alguien porque me apetece, coger un tren, dar un abrazo sin pensar, acordarme de ti, reír, regalar, comprarte algo porque sí. Sin planificar. Y sin planificar que no voy a planificar. Simplemente porque sí, porque me apetece y punto. ¿Podemos ser capaces de no planificar sin planificar la no planificación?
Y es que vivimos en una especie de Gran Hermano, donde no necesitamos a ningún Súper como voz de la conciencia porque qué mejor Súper que nuestro continuo autoanálisis y nuestra eterna autorregulación. Vivimos con tanta sobreinformación que ya somos incapaces de estar en una relación sin analizarla, sin estar pendientes todo el rato de si lo que hace o dice el otro se tiñe de color rojo. No podemos vivir en la paz de solo ser y estar. Nos cuesta mucho desprendernos de sobrepensar, de la cavilación excesiva.
La espontaneidad está muy lejos de querer ser auténtico porque querer ser auténtica me aleja de serlo. No puedo forzar la espontaneidad, no puedo hacer consciente la autenticidad. Si lo hago, analizo. Pensar en mi esencia me hace analizar todo el rato si soy fiel a mi esencia y mi esencia acaba siendo un helicóptero cuya función es sobrevolar todo el rato. Esa acaba siendo mi esencia cuando vivo consciente de no perder mi esencia: un Súper controlador de mi esencia.
La tendencia al control, el miedo al error, la necesidad de buscar guías y recetas de vida que me indiquen las acciones hacia una meta exitosa en la búsqueda de la continua satisfacción van matando la espontaneidad. Porque la espontaneidad tiene mucho de la capacidad para tolerar la incertidumbre, de asumir el error, de lo no conocido, que no siempre desconocido. No soy espontánea cuando soy incapaz de vivir sin analizar cada paso. No soy espontánea cuando me creo que he venido a brillar, que tengo que dejar huella, que cada momento vivido no va a volver, que tengo que aprovechar cada día como si fuera el último. Hace tiempo que se fue la espontaneidad. La dejamos marchar, poco a poco, sin darnos cuenta. Decidió irse para seguir viviendo tranquila en otros lares.
La espontaneidad aparece cuando la actitud deliberada se va y a esa actitud deliberada le encanta aliarse con una neurosis que impide vivir lejos de ese estado permanente de actitud consciente. El círculo. La rueda. Un neurótico controla cada uno de sus movimientos y no deja que nada de su cuerpo o mente produzca espontáneamente ninguna acción. Vivimos en un lugar así como consecuencia de colocar un foco excesivo en la individualidad. Vivir en una extrema vigilancia hacia nuestros estados internos, en un conflicto de los elementos internos de la persona, el deber, el placer, las normas interiorizadas… Ansiedad. Estrés. Gran Hermano. El Súper. El hámster. La rueda. ¿Dónde está la salida?
Nada es espontáneo si estás más pendiente de vivirlo que de vivirlo, porque vivirlo implica en muchas ocasiones ni siquiera ser consciente de lo maravilloso del momento vivido. Éramos felices y no lo sabíamos, nos recuerda alguna taza alentándonos a aprender a ser conscientes cada minuto, sumergiéndonos en una mezcla de reproche y nostalgia por no haber atendido a ese análisis por estar ocupados siendo felices. Por supuesto que no sabíamos que éramos felices, porque la felicidad está muy alejada de ese ser neurótico que lo va retratando todo.
Está lejos de la salud mental el estar condicionado no solo por la opinión ajena sino por esa propia que nos regula y controla todo el rato. Hasta los que presumen de locos guionizan sus locuras para exhibirse presumiendo de locos. En fin…más bucle. Todo o casi todo nos impide dejar de lado tanto crecimiento, tanto tener que saber de todo. El camino guiado nos coloca en lugares de visita como meros espectadores viviendo vidas que no son la nuestra.
Vivimos demasiado acostumbradas a hacer las cosas que se suponen que debemos hacer, rodeados de egos exhibiéndose, desbordados por un día a día en el que solo les queda la incapacidad de vivir alguna de las libertades que brinda la espontaneidad.
He encontrado artículos que te explican cómo ser espontáneo. Los hay. Nada escapa de convertirse en el manual de turno. Suerte. La necesitamos.
No podría estar más de acuerdo contigo Mª Jesús. Creo que el origen del problema está en ese exceso de individualidad que tenemos. Pero esa tendencia a mirarnos nuestro propio ombligo antes que nada nos viene de fábrica. Cada vez estoy más convencida de que es el entorno en el que nacemos el que nos hace ser cómo somos. Hasta hace poco pensaba que eran nuestros genes los causantes mayoritarios de nuestro comportamiento. Pero ahora pienso, que por encima de la genética y la herencia familiar, está el ambiente y la cultura en la que estamos inmersos. Nuestras emociones, como la de nuestros padres, abuelos, etc., son producto de la cultura en la que vivimos. No nos damos cuenta de que nuestra propia experiencia subjetiva es aprendida y, en la mayoría de los casos, no elegida. Eso es para mi el inconsciente.
Gracias infinitas siempre por estos menús especiales que nos ofreces con tanta generosidad para nuestra buena salud mental y emocional, porque la felicidad nunca es debida, en todo caso, es hallada, muchos besos❤😘😘😘