Hoy no vengo a invitarte a pensar. O sí. Porque entre tanta trascendencia, que si el sentido, la herida de infancia, la niña interior, el cómo estás en realidad, que qué sientes en cada momento, urge un poco de frivolidad. Algo que no transforme. Que no me confronte. Algo ligero. Porque en un mundo que nos exige profundidad constante, sentido, misión y propósito incluso al elegir el café y el champú, a veces lo urgente es justo lo contrario: entregarse, aunque solo sea un rato, a la superficie.
¿Y si no todo tuviera que tener un significado? ¿Y si el esmalte de uñas o la tercera temporada de una serie pésima fueran, precisamente, lo que mantiene a flote nuestro equilibrio mental? ¿Y si también se pudiera vivir desde lo superficial, lo innecesario, lo banal y no pasara nada?
Que no se me malentienda, valoro lo profundo. Me atraen las conversaciones que calan hondo, los silencios que pesan, las ideas que sacuden, los libros que duelen. Pero también amo, y mucho, la ligereza bien medida: las charlas tontas con amigas, los memes absurdos, los vestidos sin sentido. Esa versión de mí que se compra un perfume nuevo sin pensar si va conmigo o que puede pasar media hora hablando de una base de maquillaje que no necesita.
La frivolidad, cuando no lo es todo, es alivio. No es ignorancia, es descanso. No es evasión, es una pausa. Un rato de mundo en el que nada importa demasiado. Habitar ahí: en el bolso mal elegido, en la conversación absurda, en el concierto que no me representa en absoluto pero me hace igual de feliz. En esta vida que a veces parece una carrera por ser la más lúcida, la más leída, la más coherente, ser un poco tonta durante unas horas puede ser un acto de profunda inteligencia.
No todo tiene que significar algo. No todo tiene que salvarnos. A veces, lo que más nos sostiene es lo que no tiene nada que ver con nosotras. Quiero pintarme los labios de rojo, comprar flores porque sí, leer una revista antigua que no me enseñe nada. Porque si todo es profundo, nada lo es. Porque lo frívolo, elegido con conciencia, también puede ser una forma de cuidado. Y porque, a veces, lo más profundo es aquello que no pesa.
Me aburro un poco y me encanta. Estoy más cerca de mí cuando no tengo un plan. El verano me regala esa frivolidad luminosa que me salva: la libertad de no importar. De no hacerme tantas preguntas. De estar, sin más. Sin urgencia. Menos estructura. Todo es suficiente así. Como si el verano también aflojara el juicio.
Feliz domingo. Que elijas bien tu esmalte, tu serie malísima, tu conversación absurda, ese amor que ya es olvido y ese cuaderno que nunca vas a usar. Y que nada de eso te salve, pero te haga bien. Feliz verano.
Qué gusto da leerte. Bravo.
Me gusta, porque me reconozco en el texto, soy profunda e intensa en muchas cosas, pero me encanta leer Hola, Vogue y ver Master Chef o series de comedia en Netflix. Desconectar con la intensidad del mundo para no volverte loca también es un salvavidas. GRACiAS 🙌🏼