Cuanto más haces, más esperan. Cuanto más trabajas, más te exigen. Y si un día no estás, duele más que la ausencia de quien nunca estuvo. ¿Por qué a quien sostiene (lo que sea) se le carga con más peso? Hay una ley no escrita, injusta y presente, que castiga al que está. Al que cuida. Al que cumple. Al que no necesita que le recuerden lo que hay que hacer, porque ya lo ha hecho.
Pasa en el trabajo: cuanto más eficaz eres, más carga te dan. En vez de repartir, centralizan en ti la responsabilidad. Y si un día fallas, no hay margen: decepcionas más que aquel que nunca cumplió. Pasa también en las familias. Siempre hay alguien que lleva el calendario emocional del grupo, quien recuerda cumpleaños, quien escucha, quien suaviza tensiones, quien sostiene lo que nadie dice, quien pone palabras donde faltan, quien calma lo que no se nombra, quien disimula los vacíos, quien hace que todo pese menos, incluso cuando no se habla.
Es curioso, a quien más cuida, más se le reprocha cuando no puede sostener. Se da por hecho que siempre va a estar. Y lo que se da por hecho, se vuelve invisible. Estar siempre te borra. Nadie se pregunta qué esfuerzo hay detrás. Nadie agradece lo constante. Es una trampa sutil del amor y del deber. Cuanto más das, más te piden. Y si un día no das, nadie pregunta si puedes, si quieres. Si estás bien.
El problema no es dar. No es cuidar. No es ser responsable, ni en el trabajo ni en los vínculos. El problema no es comprometerse, ni estar disponible, ni tener la capacidad de sostener. Todo eso, cuando nace de la responsabilidad o del afecto, es bueno. El problema aparece cuando el dar se vuelve automático. Cuando nadie lo ve, pero todos lo esperan. Cuando tu entrega deja de ser una elección y se convierte en una deuda que nunca termina de saldarse.
El problema es que el dar se vuelva invisible. Que nadie lo nombre. Que se convierta en parte del decorado. Que parezca que no cansa, que no pesa, que no duele. Que la eficacia se transforme en castigo, en más trabajo, en más carga. Que cada vez que lo haces bien, te premien con más exigencia. Un clásico en el mundo laboral.
Ojalá aprendamos a ver a quien sostiene, antes de que se caiga. A equilibrar mejor. A exigir a quien no hace, en lugar de agotar a quien siempre responde. A no premiar la indiferencia con impunidad. Y ojalá también nos demos permiso. Permiso para no estar siempre disponibles. Para no llegar a todo. Para no ser los fuertes cada día. Para entender que el cansancio no es un fracaso, sino una señal. Porque nadie puede cuidar si no le cuidan. Nadie puede sostener siempre si no hay quien lo sostenga de vez en cuando.
Muy acertado post, muy verdad, demasiado real y extendido
En el clavo como siempre, mi querida