Siempre me ha gustado hacer listas. Me ordenan, me acompañan, a veces incluso me consuelan. Otra cosa es que luego les haga caso. Pero eso no importa: su función es existir.
El 13 de mayo, esperando en un aeropuerto, abrí las notas del teléfono sin saber muy bien por qué. No buscaba nada en particular, pero algo me empujó a escribir. Empecé a anotar palabras sueltas, imágenes, pequeños momentos. Tres por línea. Como si fueran coordenadas de algo que aún no entendía.
No era una lista práctica. No contenía tareas ni deseos. Era otra cosa: un inventario de intuiciones. De cosas que me llaman la atención sin pedir permiso. De detalles que, al reunirse, parecían contar una historia.
Pensé que fijarnos en lo que nos gusta, en lo que nos detiene la mirada sin motivo aparente, es casi un acto instintivo. Pensé en lo que significa juntar, sin lógica clara, cosas que en realidad tienen todo el sentido. Es como elegir a los amigos: si todas esas personas son importantes para ti, algo en común deben tener, aunque no lo vean. Aunque no lo sepan.
Desde la semana que viene, y por hacer del verano algo distinto, voy a empezar a escribir sobre ellos. Cada trío, cada título, cada pequeña constelación nacida aquel martes 13 de mayo. Me gusta pensar que, en el fondo, son fragmentos de una misma historia. O de muchas.
Este será mi Mapa de verano: una colección de fragmentos que no siguen un rumbo claro, pero que, al unirse, quizá dibujen un paisaje. O varios. Como pasa con el verano mismo. Ojalá este mapa, que nació mío, se parezca también un poco al tuyo. Y que, al leerlo, sientas que algo de él también es tu verano.
Súper idea❤️
Idea genial