‘Cuando yo era más joven y más vulnerable, mi padre me dio un consejo en el que no he dejado de pensar desde entonces. Antes de criticar a nadie - me dijo- recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que has tenido tú’. (El gran Gatsby)
No todos empezamos del mismo lugar. Ni con las mismas cartas. Pensar que el esfuerzo significa lo mismo para todos es ingenuo. O cómodo. La idea de que el éxito depende solo del talento y el trabajo duro suena bien. En teoría. Pero la realidad no siempre se ajusta a los discursos bonitos.
Alguien que nace con recursos no solo tiene acceso a mejor educación, salud y contactos. Tiene margen de error. Tiempo para equivocarse. Red de apoyo. Alguien en desventaja tiene que acertar casi siempre para simplemente llegar al mismo punto de partida.
La meritocracia, tal como se suele presentar, sobreestima el mérito individual y subestima el contexto. Y eso no es solo injusto. Es falso. No es solo cuestión de voluntad. También es cuestión de suerte, lugar, historia, posibilidades. Dos personas igual de talentosas pueden vivir realidades opuestas según dónde y cómo nacieron.
Decir que ‘si quieres, puedes’ es, muchas veces, una forma elegante de no mirar alrededor. De no reconocer el privilegio propio. De contar solo las historias de éxito sin mirar los fracasos invisibles. Es el sesgo del superviviente, pero con frase motivacional.
¿Significa esto que hay que abandonar el mérito? Para nada, pero sin unas condiciones mínimas de igualdad, el mérito no da para mucho. Puedes darlo todo, pero si te dan las cartas malas, poco puedes jugar.
Al final no se trata de negar el mérito, sino de preguntarnos qué entendemos por justo. Porque mientras algunos nacen con el camino asfaltado y otros con piedras en los bolsillos, hablar de esfuerzo suena más a consuelo que a verdad. Y a lo mejor el problema no es que la meritocracia no funcione, sino que funcione para unos pocos.
Cuanto me gusta leerte.
El otro día hablaba con mis hijos de esto del merecimiento.
El mayor es un maldeman desde que nació; pura fibra muscular y el pequeño es un botijo desde que nació; pura molla sabrosa.
Comen lo mismo, duermen lo mismo, el entorno es igual y el deporte que hacen que es mucho, es similar, pero ahí siguen madelman y botijo.
Entender, como tan bien escribes hoy, que el punto de partida es esencial en esto del esfuerzo y del trabajo para lograr algo es la clave para no caer en la frustración.
El punto de partida muchas veces ya está en el ADN.