El texto de hoy va de penas. O no, porque todo depende de lo aceptada que tengamos la muerte dentro de la vida. Es verdad que morir es una faena. Sin embargo, sin muerte no hay vida. ¡Vaya descubrimiento! pensaréis. Pero es que no solo es la frase manida de saber que un día vamos a morir, es ser plenamente conscientes de que en el siguiente minuto podemos dejar de estar.
La muerte siempre es injusta, pero, inevitablemente, forma parte de la vida. La muerte nos enseña que esto que llamamos vida no puede ser un ensayo, que lo que hacemos aquí es definitivo. Que tu vida no tendrá otro momento de ser vivida. La muerte es aprender a amar la vida. Es pérdida y dolor, pero es entender que, aunque la muerte mate, siempre será parte inseparable de la vida. No entenderlo así, no aceptar la muerte como parte de la vida, tiene como consecuencia una alteración de la correcta aceptación de cualquier pérdida.
La muerte a mí me enseña que no me voy a quedar en lo que no me satisface, me cueste lo que me cueste salir de ahí, porque decido salir a tiempo de lo que ya ha acabado. La muerte me ayuda a no meterme en discusiones estúpidas, que si tengo que darte la razón para seguir con mi vida en paz te la voy a dar sin ningún problema. Me enseña a hacerme menos caso, porque sé que lo que hoy me parece muy importante en un par de años es muy probable que deje de serlo. Morir me enseña a ser flexible, a entender que pocas cosas hay buenas o malas y que a los errores y fracasos puedo darles la categoría de drama que yo decida darles.
Morir es el final de un camino, del propio, pero no de quienes han formado parte de él. Es entender que vivir es caminar, crecer, cambiar. Nos presentan la vida como metas y objetivos a conseguir y el resultado de eso será triunfo o fracaso. Pero la vida no es una competición deportiva y plantearse la vida en términos de metas, fracasos y reinvenciones da más miedo que verla como evolución. Vivir es cuestionarse y cambiar, pero el cambio es menos dramático cuando no te enfocas a una meta a lograr sino a cómo alcanzar el valor que para ti tiene esa meta. Si la meta es sentirte realizada en el trabajo, querida en una relación de pareja, satisfecha con algo concreto de tu vida y te enfocas en ese valor y no en ese trabajo o relación en concreto, habrá menos problema en aceptar que puede acabar. Esto facilitará que puedas poner un punto y aparte, desde el agradecimiento de haber vivido ese capítulo y no desde la historia de errores y fracasos que nos han contado que acarrea el que algo no sea eterno. Y desaparecerá la palabra reinvención con todo su drama porque vivir será un camino.
Lo único seguro en esta vida es la muerte y eso solo se puede digerir bien amando la vida. Morir no es solo apagar un motor. Es lo que me gusta, es mi voz, son mis enfados y mis locuras. Es decir adiós a la risa, la tristeza, la ilusión, la alegría. Es no hablar y no escuchar. Morir es lo que ya no será, porque no solo muere la vida vivida sino que también lo hace la que está por vivir.
Pero morir es seguir viviendo en los otros. Es la mirada, la mentira, la sonrisa, el recuerdo compartido. Es eternizar ese amor, esos recuerdos, ese vínculo. Es saber que nunca mueres en las vidas y en los lugares en los que has habitado. Morir es saber que eres recuerdo y vida cualquier día. Que eres olor y canción. Que seguirás siendo camino de regreso a un recuerdo eterno. Tu comida favorita, tu deporte, tu vestido, tus botas de fútbol, tu cuaderno, tu triciclo, tu bastón, tu chupete…tu todo. Eres tiempo y espacio porque sigues ocupando un lugar. Vives. Y seguirás viviendo.
Uno de los motores de la vida es saber que no somos eternos. Morir es la lección más importante que nos enseña la vida para aprender a amarla. Poco a poco. Todos los días. Solo así se transita un duelo. Solo así se entiende que la meta no es morir, la meta es haber vivido.
Wow! Menudo texto, me ha removido muchísimo por dentro. Si esta app tuviera una opción de “newsletters” a guardar esta iría de cabeza para releerla puntualmente. Es serio, me ha encantado tu reflexión y cómo has mostrado la relación vida-muerte.
Es un gran acierto hablar de la muerte y ponerla en contexto, "vivirla ", aceptarla o rendirse a la evidencia, lo que sea, pero no obviarla en vida para que no te pille desprevenida y llorándola sin haber vivido. La lección de la muerte es sencilla, hay que vivir con plenitud sin postergar el momento.
Gracias por atreverte a sacar y darle visibilidad a este tema.