De repente, pasó algo. No entendí muy bien lo que sentí en ese momento. Hace poco quedé con una vieja amiga. Llevábamos tiempo sin vernos. El reencuentro nos alegraba. Nos vimos de lejos, aceleramos el paso la una hacia la otra y nos abrazamos. En ese momento, sucedió algo. La ilusión del momento hizo que no me detuviera en ello. La alegría de tener por delante un día con ella ganó a todo. Nos subimos al coche y empezamos a hablar. Yo continuaba algo confundida. Seguí sin darle importancia. Al cabo de media hora decidimos parar a tomar un café. En mitad del café y de la conversación, ella metió mano a su bolso y sacó un pequeño paquete que dejó encima de la mesa.
Se trataba de la colonia que llevábamos allá por los 80 cuando éramos las loquis que todo lo vivían como la gran aventura de comerse el mundo. Era la colonia que llevaba ella. Era eso. Era volver a un tiempo al que llevaba décadas sin regresar. Era ese pasado casi tan descatalogado como la colonia y que hay que hacer el esfuerzo de buscar para poder encontrar.
Un olor nos mete en un túnel del tiempo en el que se viaja a gran velocidad. Somos capaces de volver a los posters que teníamos colgados en nuestra habitación, a sentarnos en aquel pupitre del colegio, a los cromos del kiosko de los domingos por la mañana, a la ilusión de salir el viernes por la tarde. Nos volvemos a intercambiar ropa, a hablar de chicos, a las aventuras que viviremos el siguiente verano. Las locuras, las mentiras, los secretos, las desilusiones. Una avalancha de recuerdos desordenados que fuimos metiendo cada una en su cajón y que la colonia consiguió rescatar al regalarnos la llave para abrirlos de nuevo. Me acordé de la escena de la película Ratatouille, esa en la que el crítico Anton Ego prueba un plato de verduras que le transporta a su infancia. Y cambia en ese momento todo, hasta su carácter.
Los aromas evocan recuerdos. Oler un plato de comida y recordar la cocina de la que fue tu casa tantos años. El olfato nos transporta a momentos del pasado reviviendo emociones, estando con personas y revisitando lugares. El olfato tiene el poder de abrir la puerta a mucha información que tenemos por ahí escondida.
Colonia, canela, jazmín, ColaCao, aftersun, algas, nocilla, croquetas, la humedad de mi isla en invierno, plastilina, bizcocho de naranja, higos, ese helado de vainilla que a todo el mundo le gustaba menos a mí y ese ‘cómo puede no gustarte’. Me gusta el olor pero no el sabor porque el olor es libre y decide con qué y con quién asociarse.
Antes de llegar la información del olfato a la corteza cerebral pasa por el sistema límbico y el hipocampo. Estas dos áreas del cerebro están relacionadas con los instintos, las emociones y la memoria. La información llega después al córtex cerebral y se vuelve información consciente. Esto hace que el olfato sea el sentido estrella a la hora de viajar atrás en el tiempo.
Con los olores viajamos hacia atrás. Con ellos somos lo que fuimos. Con los olores construimos recuerdos futuros. Con ellos somos lo que volveremos a ser. Con una colonia nosotras fuimos las décadas vividas. Con esa colonia nosotras construimos el camino de las que nos queden por vivir. No todo nos ha salido como queríamos, también nos ha tocado sufrir, pero estamos más que satisfechas porque sabemos que, mientras estemos aquí, seguiremos oliendo el aroma de la aventura de comernos el mundo.
Qué preciosidad, Maria Jesús, muchísimas gracias, infiniitas...ese libro, ese libro🙏❤💗💖