Sígueme
Me costaría seguir a alguien que se expresa con un ‘sígueme’. Nunca haría caso a quien comunica en imperativo. Escucho a alguien dirigiéndose al mundo en esta forma verbal y aparecen todas mis resistencias. Yo no utilizaría el imperativo, salvo que quisiera dar una orden muy explícita a alguien y siempre después de habérselo dicho varias veces de otra manera. Quienes dicen ‘sígueme’ asumen que van delante, de forma sutil, porque seguir implica ir detrás.
La expresión ‘sígueme’ encierra una arrogancia digital latente. ‘Sígueme’ es arrogante. El término ha dejado de ser una simple invitación y se ha convertido en una orden implícita. No es solo una petición de atención, sino la suposición de que se posee algo tan valioso que los demás deben prestar esa atención sin cuestionárselo. Seguramente funcionará para ganar seguidores pero no me gusta. No me gusta nada. Nada.
En la lógica del algoritmo, la cantidad de seguidores se convierte en medida de validación personal. Más seguidores significan más influencia, más oportunidades y, en algunos casos, una supuesta autoestima inflada. Lo irónico es que, cuanto más se impone el ‘sígueme’, menos natural se vuelve la conexión.
El liderazgo digital, como todo liderazgo auténtico, no se impone, se construye. No necesita imperativos, sino conexiones genuinas. Compartir sin expectativas abre la puerta a relaciones más sinceras, porque la autenticidad no exige, la autenticidad invita.